martes, 1 de noviembre de 2011

A la playa en una mandarina


La tía Chari es el corazón de mi familia paterna. En mi primer recuerdo de ella estoy sentada sobre sus rodillas, con dos o tres años, y me pinta en un bloc pececitos y caras de mujer de perfil. Era una buena dibujante, y cuando me pasaba los trastos para que probase, yo miraba el lápiz para ver de dónde habían salido aquellas cosas que mis manos aún torpes eran incapaces de copiar. También tengo un recuerdo cálido de sus besos y abrazos. Al contrario que las efusiones de otros mayores, las suyas eran siempre bienvenidas.

Mi tía Chari y mi tío Inda no tuvieron hijos, y tal vez por eso eran los favoritos de los sobrinos. Cada fin de semana inventaban alguna actividad para poder disfrutarnos. Excursiones al monte, a la playa, y, más tarde, cuando compraron la casa de sus sueños, pequeña pero con un jardín enorme, reuniones familiares en torno a una piscina que terminaba exhausta de tanto niño tirándose al agua de mil formas posibles e imposibles, haciendo piruetas o aprendiendo a nadar. De todas aquellas jornadas guardo una memoria placentera, pero el paraíso de la infancia era ir a la playa en La Mandarina. 


La Mandarina era su Renault 5 de color naranja. Cuando mis padres tenían que trabajar, eran la Tía Chari y el Tío Inda quienes nos recogían. A veces venían los dos. Otras, Tío Inda se encargaba de la recolecta de niños y luego íbamos a las oficinas de Iberia en calle Molina Lario para encontrarnos con la tita, algo que nos encantaba. No sé qué tenían aquellas oficinas de los años setenta, bulliciosas, con estruendo de conversaciones, máquinas de escribir y teléfonos grises, enormes y cargados de aparatosas teclas que se iluminaban. Las oficinas de ahora son minimalistas y frías. Después de despedirnos de todo el personal de turno, bajábamos a la calle con Tía Chari, que en algún momento, a la manera de Clark Kent en su cabina, se cambiaba de ropa y se calaba su sombrero de playa, de tela celeste y con un bolsillito de cremallera cuya utilidad aún me parece un enigma.

Íbamos casi siempre a Rincón de la Victoria, un pueblo costero que ahora queda a apenas 12 kilómetros y entonces a una eternidad de tiempo que llenábamos con un repertorio de canciones, trabalenguas, veo-veos y adivinanzas, mientras La Mandarina avanzaba por una carreterita estrecha pegada al mar, que discurría sobre el trazado de un antiguo tren costero y en un punto atravesaba túneles estrechos, oscuros como el estómago de una ballena, cuyos techos rezumaban enormes gotas de agua que morían estrelladas contra el parabrisas. En el camino había una casa con la pared cubierta de conchas marinas y otra en forma de proa de barco, y a la llegada, tras deshacernos con premura de la ropa y los bártulos, nos aguardaba un mar inmenso sólo para nosotros, en el que no era infrecuente ver, muy cerca de la orilla, inquietantes medusas de formas caprichosas, estrellas rojas y caballitos de mar que se quedaban inmóviles, agitando las alitas transparentes, mientras nosotros los examinábamos hechizados tras las gafas de buceo.

La Tía Chari solía llevar a la playa un melón que enterrábamos en la arena húmeda, justo en la línea donde las olas lo refrescaban apenas antes de extinguirse, y que luego recuperábamos a la hora del postre gracias a un palo que señalaba su posición o a la coronilla que dejábamos asomando. Daba igual que fuéramos cinco personas o cuarenta; el melón siempre alcanzaba para todos, porque la Tía Chari, antes de cortarlo, nos contaba señalándonos con la punta de un cuchillo y luego, con una destreza única, procedía a sacar tajadas tan finas como fuera necesario. Incluso en los días de más concurrencia, el melón daba para repetir, igual que cualquier fuente de comida, tarta o bizcocho que cayera bajo su jurisdicción.

El paraíso de mi infancia tiene gotas de jugo de melón chorreando hasta los codos, olor a limón de la crema bronceadora, apariciones mágicas de avionetas que lanzaban paracaídas y balones de Nivea, arena hasta en los pliegues más recónditos del cuerpo, colores chillones y flecos de sombrillas de lona, escozor de sal en los ojos. Incertidumbre de no saber nunca si al Tío Inda se le caería la toalla en el momento de ponerse el bañador seco para irnos; instante angustioso para la niña pudorosa que fui, que él amenizaba imitando con la boca un redoble de tambor. Tiene una luz cegadora y un azul intenso en la llegada y el dorado del atardecer y la temperatura perfecta del mar justo en el momento de marcharnos, siempre con sensación de pérdida, y también cubos de plástico llenos de coquinas que mi padre, poco amante de la playa, buscaba con paciencia junto a nosotros, y que nos comíamos por la noche, ya purgadas de arena, recordando por quién y en qué lugar exacto había sido localizada cada una de ellas, y sintiendo algo de remordimiento por su sacrificio.

Las playas de mi infancia ya no existen. En su lugar quedan paseos marítimos abarrotados de edificaciones y líneas de arena ocultas bajo interminables batallones de bañistas; arenas llenas de polvo y aguas que sólo en invierno recuperan cierta transparencia, de las que los caballitos y las estrellas de mar fueron desterrados hace mucho tiempo. Viven en mi memoria, y siempre que escucho esta canción (disculpas por la horterada de video) vuelven con una fuerza que me estremece.
 

No todo se ha perdido. Los sobrinos nietos de la Tía Chari siguen descubriendo de su mano el campo, la playa y el placer de los domingos de verano en el jardín que Tío Inda, a fuerza de años de esmerado trabajo, ha convertido en una pequeña obra de arte. Y la Tía Chari, con sus besos, sus dibujos y sus caramelos sugus sacados por arte de magia de la oreja, también formará parte algún día de su paraíso de la infancia.

No sabría qué receta dedicarle, pero creo que optaré por esta de alcachofas con coquinas, que reúne dos recuerdos placenteros de la infancia; los días de playa y los de campo, en los que Tía Chari y Tío Inda nos hacen un arroz delicioso que siempre lleva alcachofas.

 

Alcachofas con coquinas

Ingredientes:

2 kilos de alcachofas
½ kilo de coquinas gorditas
4 dientes de ajo
Aceite de oliva virgen extra
Un limón
Perejil
Sal

Si las coquinas son de recolección propia, conviene purgarlas unas horas en agua de mar para no comer arena. Una vez lavadas y escurridas, se reservan. Pelamos las alcachofas retirando las hojas externas hasta llegar a las que blanquean un poco. Recortamos la parte superior de las hojas y repelamos el tallo. Frotamos cada alcachofa rápidamente con limón para que no ennegrezcan y las cocemos en agua con sal hasta que estén tiernas pero no deshechas, reservando dos o tres aparte. Cubrimos de aceite el fondo de una sartén, pelamos y picamos los ajos y los freímos a fuego lento hasta que se doren. Añadimos las alcachofas hervidas y las movemos con delicadeza para que se impregnen de aceite. Avivamos un poco el fuego de la sartén y añadimos las coquinas. Tapamos y dejamos un minuto para que los bichos se abran. Añadimos perejil picado. Servimos con las alcachofas que habíamos reservado cortadas en gajos y fritas como adorno.

19 comentarios:

  1. "Tengo nada! Tengo nada!"
    Aún tengo el olorcito de la piel salada bajo mi nariz después de leerte.
    Viva tía Chari y tío Inda!

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  2. Las playas, las carreteras y los coches han cambiado. La cocina, las emociones y el cariño permanecen y tú, Espe, los cultivas con toda la delicadeza de que eres tan capaz. ¿Qué escribirán de tí algún día tus sobrinos? Gracias porque la Tía Chari y el Tío Inda se merecen este precioso recuerdo.

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  3. Gracias, papá, y bienvenido, y María, sí, vivan tía Chari y tío Inda!

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  4. Que buenos recuerdos me has traido, las horas de carretera que en nuestro caso era en autobus y lo que metiamos bajo tierra era ¡una sandia!! despues de tantos años aun sigo viendo las fotos en blanco y negro y siempre me hacen sonreir.

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  5. Es verdad, Zapatos Rojos, las fotos en blanco y negro tienen un encanto especial, porque al menos en nuestro caso, el color no llegó a los álbumes hasta casi los años ochenta... Gracias por tu comentario y besitos!

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  6. Buena receta, esta noche me voy a comer unas alcachofas cocidas con una salsa vinagreta de mi cosecha. Deberíamos purgar las coquinas sean de playa o de mercado. Excelente historia

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  7. Pues yo, como mi prima de zapatos rojos, estoy emocionada recordando esos domingos que los domingueros/as antequeranos/as disfrutábamos en vuestras playas y, como ella, me acuerdo de la sandía enterrada, las fotos en blanco y negro... y para negras nosotras, que nos poníamos renegrías del tostín a pleno sol durante todo el dia.
    Y tu receta me encanta (haré una variante de mi receta de alcachofas confitadas en aceite de oliva... y ahora les pondré unas almejitas o coquinas malagueñas...uhmmm qué ricas recetas!)

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  8. Gracias, Defensor! Es como si en mi blog apareciera un superhéroe. Y encima sabe cocinar!

    Mujer pa un pobre, me encantan tus consejos para la crisis y me emociona que compartáis recuerdos de infancia similares a los míos. Esas alcachofas confitadas tienen que estar para chuparse los dedos. ¿Tienes la receta publicada en el blog? Besitos!

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  9. Espe, no se por donde empezar. ¡Tendría tanto que decirte! Muchas gracias por ese precioso recuerdo que me ha llegado al corazón. Con cuánta ternura guardo yo esos años......Y no hay premio mejor para tío Inda y para mi que el que vosotros los recordéis como lo haces tú y que además lo manifiestes de esta manera. Te llamaré y hablaremos. Gracias otra vez. un beso enorme (Como los que tu recuerdas de pequeñita) Te quiero

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  10. ¡Bueno, bueno, qué alegria y que emoción! he sentido leyendo tus comentarios. Me has hecho recordar tiempos muy felices y bonitos, también para mí.
    Me alegra ver que tú también recuerdas (a pesar de la toalla y el redoble de tambor) con el mismo gusto que nosotros, tantos momentos que hemos compartido con vosotros: "nuestros niños".
    Esto que escribes es un premio, que nos llena de orgullo, pero que recibimos con mucho gusto.
    Y aquí sigo dispuesto a preparar "actividades", como tú las llamas, con la misma ilusión que entonces.
    Espe, gracias por tu cariño que sabes que es recíproco y que tengas mucha suerte. Te quiero. Te mando un beso (nunca tan fuerte y sonoro como el de la Tia Chary) grande.
    ¡Ah!se me olvidaba. Probaremos las alcachofas que seguro que están muy ricas

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  11. Gracias, titos, por todo. Yo también os quiero...

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  12. ya vale con los comentarios, ¿no? A moco tendío... Espe, no se puede escribir mejor.

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  13. Hola, Esperanza. No he puesto la receta en mi blog, pero me has dado la idea, así que la pongo enseguida. De todos modos te la adelanto, en primicia para tí: Se ponen los corazones (que bien queda en un blog de emociones) después de un buen baño en agua con limón y sal, en una olla a presión con aceite de oliva ya calentito, hasta cubrirlos. Se añaden muchos ajos pelados al aceite. Tapar la olla y dejar a fuego muy bajito durante largo rato, para que se confiten los corazones de alcachofas junto a los ajos, a fuego lentito. Ya está! Después uso el aceite para los sofritos del arroz (esta es la parte de la "mujer pa un pobre"...jeje)

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  14. Beguito, no llores...

    Mujer pa un pobre: Orgullosa me tienes de la primicia. La receta tiene una pinta de muerte. Y el consejo, muy tuyo y muy necesario. Gracias!

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  15. El otro día salió en El Sur que un jubilado paseando por la orilla de la playa de El Rincón se rompió dos falanges con lo que resultó ser un melón fósil. Metieron una excavadora y salieron treinta entre melones y sandías, lo que demuestra que lo del palito no siempre funcionaba. Muy buen post. A mí también me ha transportado al país de nunca jamás. Un beso.

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  16. Jajaja! Fantástico comentario! Besitos!

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  17. TOC TOC PERDÓN POR COMENTAR,FELICIDADES POR TENER UNA FAMILIA TAN MAJA,LA MÍA ES FANTÁSTICA SIN EYOS NO PODRÍA SALIR ADELANTE,UN BS

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  18. Mis veranos estaban llenos de sandías enterradas, en vez de melones, y las playas eran las del parque natural de Cabo de Gata (Almería) donde viví desde los siete a los casi catorce años. También es cierto que pasé veranos en la playa de la Chullera, donde mis tíos acampaban con todo el tinglado de tiendas, cocina y zodiac.

    Qué cierto es eso de que antes ir a cualquier sitio con el coche era una odisea. ¡Con lo poco que se tarda en ir ahora al Rincón de la Victoria por la autovía!

    Como con tus relatos se desplieguan también mis recuerdos, te cuento una historia muy graciosa. Mi padre tenía un Seat 124 blanco (no molaba tanto como el de tu tío Inda) y nos íbamos un verano a Málaga a pasarlo en una casa del pantano del Chorro. Los cuatro que somos de familia más un amigo de mi hermano. Total: cinco en un coche minúsculo con el maletero lleno de sandías y melones de los buenos invernaderos almerienses. El coche se averió en la carretera cerca de El Ejido. Entonces no existían los móviles y menos mal que pasó la policía y avisó a una grúa para trasladar el coche a un taller. Mi padre le regaló sandías a los polis, al mecánico y hasta al que pasaba por la vera del taller. No podíamos llevar tanto peso. Menos mal que se pudo arreglar en pocas horas (ya no me acuerdo cual fue la avería) y seguimos el camino. Fue una auténtica odisea. Un día entero para llegar hasta el pantano, con el calor de julio y el aire acondicionado de las ventanillas bajadas, a velocidad de tortuga por todo el trayecto (vaya que se volviera a quedar tirado el coche) y un poco bastante mareados de las curvas sinuosas de la costa granadina. De todas maneras mi hermano, nuestro amigo y yo nos lo pasábamos bien cantando y contando historias. Y cuando vimos la piscina, nos tiramos de cabeza y se nos olvidó todo aquel pesado y largo viaje que, en los tiempos que corren, no hubiera durado más de tres hora y media. No me acuerdo, pero creo que llegarían dos o tres sandía a su destino...

    Es cierto que ya no existen las playas tal como las conocíamos de pequeños, pero todavía quedan paraísos perdidos por encontrar (y guardarse el secreto una vez descubiertos para que los especuladores no trajinen en ellos).

    Por último, y en referencia a las alcachofas con coquinas he de decirte que nunca en la vida se me hubiera ocurrido juntarlas, y mira que plato más bueno. Con lo buenas que están las coquinas salteadas y las alcachofitas cocidas.

    Un beso grande Esperanza. Qué bien me lo paso leyéndote.

    PD: Si tienes tiempo de leer mi última entrada de pan rústico aromático seguro que te gustara. He intentado experimentar en ella tu "cocina de las emociones", aunque el relato es sensiblemente más corto que los tuyos. Me hacía ilusión y sé que a mi madre también le hará.

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  19. Me gusta mucho tu blog y sobre todo lo que escribes (te sigo en el periodico también), ya me he hecho tu seguidora, aqui te doy el enlace de mi blog por si queres hecharle un vistazo, aunque nada que ver con el tuyo!!http://misscomiditas.blogspot.com/ besitos

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